Leía totalmente absorto
su libro, mientras el subterráneo lo llevaba a la Plaza de mayo. Para él era la
mejor forma de obviar la gente a su alrededor.
Por alguna
circunstancia que jamás pudo entender elevó su mirada sobre el libro y en medio
de la gente, que cada vez era más numerosa, vio una mujer con ojos tan grandes
y profundos como la Plaza de mayo; unos labios gruesos que no sabe por qué le
recordaban a la Plaza Dorrego; una nariz que el obelisco podía envidiar y una
cintura descuidada que dibujaba la geografía de la provincia de Buenos Aires,
que no conocía.
Ante semejante belleza
no pudo volver a la lectura de su libro, sino dedicó el tiempo mientras la
observaba para amar su locura…, sí, su locura.
Ella ensimismada en su
aparato plástico de comunicación, danzaba sus dedos sobre el teclado con un
ritmo de música y magia. No separaba la mirada de este aparato que para él era
algo ajeno, aunque no extraño.
En la lejanía de su
provincia, en el interior de la Argentina, nunca deseo tener un teléfono
celular. Sin embargo, sorprendido miraba como ella no despegaba la mirada en
dicho aparato. Parecía que mirara un oráculo que le estuviera diciendo la
verdad discreta y pasionalmente. Además, llevaba puestos del mismo unos
auriculares que él imaginaba podían dar el compás de sus dedos pulgares
danzantes.
El viaje era largo, pero
para él era corto porque pensaba y deseaba una única y mágica ocasión para
acercarse a ella e iniciar una conversación. Asombrosamente aunque el
subterráneo estaba cada vez más lleno de gente, ella no desaparecía de sus
ojos, al contrario, un aura alrededor de su cuerpo parecía dibujarse con los
cuerpos ajenos rodeándola, colgados de la formación.
Cuando el subterráneo
ya se acercaba a la combinación 9 de julio, por su cabeza habían pasado mil y
una estrategias para poder hablar con ella, pero el carácter absorto de aquella
chica sobre su teléfono le impedía pensar en que cualquiera de sus opciones podrían
dar resultado. Esto lo lastimaba porque en esta “ciudad de la furia” lograr
crear un vínculo directo, físico, real, parecía desvanecer cada vez que tomaba
el subterráneo en la mañana hacia la Plaza de mayo. Sin embargo algo lo
alentaba y era que pasaban las estaciones y ella no daba señales de prepararse
a descender de la formación. Lo alentaba pensar que podría bajar con él en la
Plaza de mayo. Pero esto no le garantizaba una conversación y comunión con
ella, lo que nuevamente lo hacía bajar su mirada…, pero no para continuar
leyendo el libro, sino leerse a sí mismo.
Llegando ya a la última
estación y viendo que ella seguía absorta en su aparato telefónico decidió
instantáneamente y sin pensarlo, acercarse a la puerta por donde ella con
seguridad saldría. Se acercó a menos de un metro.
Ella, ensimismada y
sorprendida por quizá la rapidez de haber llegado a su destino, brinca como un
resorte de su silla y sale de una manera fugaz y sorprendente de la formación
subterránea. Desconsolado él por la sorpresa de la acción, fugazmente vino a su
mente la pérdida de la ocasión de poder hablar con la mujer más hermosa que
había visto en su vida. Sin embargo, en un instante que él tampoco supo por qué,
vio en el suelo de la estación su teléfono celular que de tanto mirar junto a
su dueña lo había aprendido de memoria. En seguida supo que era la gran
oportunidad de llegar a ella, entregárselo y con gratitud y dulzura empezar una
hermosa relación; iniciar la vida con la mujer de su vida.
Como pudo entre la
gente que ignoraba a la gente, se zambulló en el piso levantando el teléfono e
inmediatamente siguiendo a lo lejos la figura de la chica que se desvanecía en
la luz clara del final del túnel que llevaba a la superficie de la Plaza de
mayo. Corrió sin correr, en lo que pudo entre el tumulto de gente que se dirigía
hacia la superficie, al tiempo tratando de no perder la mirada de su figura. Su
única oportunidad no se podía ir de sus manos.
En un momento que nunca
se explicó la perdió de vista. La rapidez de la chica era alucinante y sin más
remedio, dejó caer su cabeza al tiempo que miraba sus manos las cuales tenían
el aparato telefónico. De pronto un escalofrío inimaginable pasó por su cuerpo.
Cayó el teléfono plástico al piso y vio sus manos vacías. Giró su cabeza y
dirigió sus ojos ya llorosos hacia la salida del subterráneo y recordó que en
su sobresalto final dejó el libro que lo tenía absorto en algún lugar dentro
del tren que lo había llevado allí; lo había perdido todo… Era El túnel de
Ernesto Sábato; su primer amor.