Hace mucho tiempo pensé en escribir esta carta, que puede ser una carta sin razón como puede ser una carta sin amor; pero lo dudo.
Son reflejos lejanos, aunque no tanto, de las situaciones que no se si son amorosas o no, me han pasado solo en una ciudad tan devoradora como Buenos Aires.
En una extraña carrera contra un tiempo, pensé que en la lejanía física encontraría la plenitud sentimental que mi alma abogaba. Sin embargo me he encontrado con tristezas verdaderas en instantes verdaderos. Y hay magia en ese asunto.
Con una actitud desesperada, intentando colmar las ansias de amor, me vi reflejado en el indómito pasaje de mí mismo; nada alentador.
No puedo decir que todo comienza al conocer a Verónica, en realidad pocas expectativas se derivaban de ella por su estado actual; la espera de un hijo.
Comienzo o no, saliendo y compartiéndonos nuestras vidas y nuestras muertes, sentí de una forma inesperada toda la belleza y todo el horror en cada uno de nosotros.
Embriagado en esa mezcla de sentimientos quise de una vez por todas colmar mis ansias y expectativas; craso error.
Pero entre todas estas ambigüedades que emergieron confuerza en mi vida me han obligado a revelar la forma como asumo los sentimientos y sobre todo, cómo me afirmo yo mismo a través de ellos.
No sé si a continuación lo que escriba pueda salvar vidas o frustraciones, pero si tan solo compartir lo sentido puede salvar la belleza de un amor entre amigos me sentiré el hombre más satisfecho del planeta.
Todo fue extraño e impactante. La inquietud clavada en mí, no sé si por Verónica o por mí mismo,tomó un giro que me propuso dilucidar la compleja maraña de sentimientos que se suscitan en mí en momentos de pérdida y desesperación. La creencia que yo me convertía en su centro de atracción y seducción se reflejó en que en mí tan solo existía el deseo de ser amado por ella, me di cuenta como nunca que en realidad lo que buscaba era ser amado y sentirme satisfecho por el sentimiento suscitado por ella. Vi la separación.
Creyendo dentro de mí que la amaba, me di cuenta que en realidad quería estacionar un sentimiento de amor aparte de ella, de sí, y sentirme satisfecho por lo que generaba yo en ella; no la amaba.
Me di cuenta que deseaba amar tan solo el deseo que pudiera haber creado en ella hacia mí. El deseo de conquistar un pedazo separado de ella y sentirme satisfecho por ello. Pero hacia ella en sí, nada.
Fue triste y doloroso darme cuenta de ello, a la vez que alentador y honesto. Nunca me había dado cuenta de ello y empecé a reflexionar sobre todo lo que en mi pasado sucedió y encontré similitudes que me hundieron en la tristeza y el horror.
Cabizbajo y con sentimientos de culpa, compartí mi experiencia y de todo ello surgió una palabra que aún cala mis huesos y pensamientos; incondicionalidad.
La incondicionalidad reflejada en ese sentimiento me hizo ver que el deseo se estaciona en un momento de reciprocidad, de exigencia ante el otro, que lo que esperaba era el reflejo del deseo en ella potenciado solo hacia mí, sin siquiera amar o sembrar mi amor en ella. Y esa actuación la vi en mi pasado mediato e inmediato, cabalgando entre las sombras creadas en antiguos amores; Bibiana, Vanessa, Yuli, entre otros suspiros. Se repetía la situaciónsin que no tuviera conciencia y mucho menos dominio sobre lo que pasaba. Una pequeña pero profunda conclusión vino a mí; no esperaba amar a una mujer, sino estacionar mi deseo en ella y disfrutar ese reflejo en mí.
Empecé a preguntarme si esa incondicionalidad alguna vez surgió en mi vida, en mi pasado, retrocedí hacia el amor de joven que tuve por Yolanda que sirvió para reconocer el punto de quiebre que perpetuó la azorada intención de desear mi reflejo en la otra persona.
Recordé que dentro de la incondicionalidad que permitió esa relación con Yolanda estaba la tranquilidad de amor tierno, bondadoso y noble que recreó mi juventud. Recordé el momento de la conquista y vi la pasividad y seguridad de lo que era. Sinceridad y no esperar precipitosamente nada a cambio. Pero también me di cuenta el momento posterior a aquella relación cuando nació en mí un deseo de pertenencia y orgullo que minó mi vida hasta hoy. Empecé a resistir.
La resistencia creó en mí sentimientos -si así lo podemos llamar- de seguridad y validación de mis puntos de vista, creados para salvaguardar supuestos puntos débiles que al final resultaron ser los más ligeros y flojos. Una falsa fortaleza y armadura.
Con espada y armadura empecé a luchar para lograr un “lugar en la sociedad” que permitiera perpetuar una supuesta seguridad que al final ahogó la incondicionalidad junto a la espontaneidad que podía haber existido en mí.
No niego que pudo haber dado un muy buen resultado. Sinembargo la soledad en mi interior crecía silenciosa y sigilosamente.
Triunfos físicos e intelectuales se fueron aglomerando en mí. Sentía orgullo por los pasos que daba y creía que esa supuesta fortaleza creaba una especie de “tipo deseado” que no podría ser negado en ninguna oportunidad. Falló, durante veinte años creí que alcanzaba la verdad en mí, pero el sigiloso silencio del vacío y la soledad, no colmado por la espontaneidad y la incondicionalidad, se congeló sin desaparecer en mí.
Al final de esos años, con el reflejo bello y preciso de Verónica, emerge de nuevo la necesidad de la incondicionalidad y espontaneidad en mi vida.
Muchos amigos lo sospechaban, pero mi armadura no permitíani para mí mismo, el resurgimiento de los sentimientos profundos y sanos en mí.
Recordé a los ancianos tomados de la mano caminando con amor por la calle, vi ahí la incondicionalidad del amor verdadero, vi la espontaneidad de sus miradas, vi que ella podría ser el amor que busco. Que quiero.
¿Será esto el verdadero sentido del amor inmortal? No sé. Lo único que siento es que eso que creé en mí ha hecho de mí un ser melancólico por lo que no está... y no disfrutar lo que está en mí. No disfrutar la compañía y el compartir momentos bellos como los que sentí con Verónica.
¿Verónica impulsó a que emergieran de nuevo esos sentimientos congelados y abandonados en mi humanidad?
Definitivamente su presencia permitió que emergieran de nuevo esos sentimientos que presentan la posibilidad de amar verdaderamente a una mujer. Recapitular de nuevo mi vida y tomar el rumbo de la vida plena. Seguro.
No niego que la ansiedad al ver a una chica que me gusta está aún en mí, pero reflexiono al respecto y lo hago consciente para revertir las consecuencias nefastas de esa situación.
Ante mi sinceridad y espontaneidad no faltarán los recursos que en mi vida me brindan la posibilidad de la plena vida y la tranquilidad. Siento que el momento está por llegar.
Estoy feliz, o por lo menos siento que poco a poco se colma en mí. Percibo un desprendimiento, creo que he liberado muchas situaciones que me maltrataban. En realidad me siento tranquilo.
Nos enseñan a leer, nos enseñan a escribir, nos enseñan cosas alucinantes, pero no nos enseñan a amar.
Todo lo que haga de aquí en adelante tendrá que ser con el corazón, sincero, tranquilo, espontáneo y verdadero. Siento la necesidad de explotar en mí esas posibilidades. Compartir sin medida; por favor, eso es solo en el fondo lo deseado. Un grito en la realidad.
Abrir las puertas de aquello que no quise conocer, por temor quizá a ser doblegado o impresionado por la realidad; por su realidad.
Amar lo de ella; saber lo de ella; conocer lo de ella; dejarlo o tomarlo y si es así… amarlo.
Solo encontrar en ella lo de ella y así decidir amarlo. Amar a una mujer por lo que es, mujer. Amar. Es tan solo eso. Amar.
El presente es sano; el futuro incierto, y el pasado ya no está. Es así.
Creo que ya es el final de ésta carta. No sé a dónde iré; no sé a dónde irá. Al parecer ya es el final de ésta carta, sin esperar nada acambio.